9. Luces rojas
Años después de cerrar, curiosos y antiguos clientes seguían visitando el farolillo rojo con veneración. María la de Torrelodones fundó el legendario burdel en 1625 tras adaptar una pollería heredada de un cliente. Era una morena brava de ojos enormes y risa franca, con más agallas que cualquier piquero de Flandes. Tenía un vientre colonial capaz de aguantar sin inmutarse las embestidas de arrieros y soldados, y podía convertir una soez coyunda en un encuentro de enamorados. Se había echado a la vida despechada por un marido meapilas que la sometía a severos ayunos carnales. En un tiempo en que la limpieza era una rareza de boquirrubios, por iniciativa suya fue obligatorio el baño polaco ( cara, huevos y sobaco) para los clientes antes de cada servicio. Se dice que Felipe IV, siempre sensible al sentir popular, también visitaba embozado a María. El joven e inexperto Austria quedó tan deslumbrado con las desconocidas técnicas de yacer, que descuidó la real alcoba y el mismísimo Olivares tuvo que intervenir para atajar el escándalo. Así fue como la todopoderosa monarquía hispánica estuvo en peligro, por la industria y arrestos de una meretriz.