MAY104. FLORES ROTAS, de Rubén Gozalo
Todos los días antes de irse a trabajar, papá dejaba un clavel sobre la almohada. Al despertarse, mamá cogía la flor con delicadeza y la olía durante varios minutos hasta que una sonrisa se dibujaba en sus labios. Luego se reía a todas horas, jugaba con nosotros, nos preparaba tartas y nos bañábamos en la piscina del jardín. La vida puede ser maravillosa, nos decía. Un día dejó de haber flores. Papá y mamá empezaron a dormir en camas separadas. Cesaron los besos, los abrazos y las cenas románticas con velas, champán, ostras y mousse de chocolate. A veces, yo tenía la impresión de que aunque ambos vivían en la misma casa sus corazones se encontraban a millones de kilómetros de distancia. Era como si un muro infranqueable se hubiese abierto entre los dos; como si una alambrada hubiese aprisionado para siempre su amor. Una tarde al abrir un tomo de la enciclopedia, mamá encontró un clavel marchito, aplastado. Se lo llevó a la nariz, pero para entonces la vida ya no olía a nada.
Me gusta la forma en que a través de un clavel marchito, reflejas la dureza de la extinción del amor entre una pareja.
La voz del niño también es muy acertada, Rubén.
Un abrazo.