55. Mar rojo
Recostado en mi bañera veo un mar rojo. No es la primera vez.
Recuerdo aquellas tardes en la playa, sentados los dos sobre las rocas mientras las olas rompían contra la orilla. Cada vez que escapábamos de unos brazos equivocados, regresábamos a aquel lugar para encadenar palabras sin descanso. Éramos transparentes sin querer serlo. Evitábamos cruzar nuestras miradas para no delatarnos. Dos Sísifos encadenados a un ciclo infinito y, como Tántalo, incapaces de saciar un hambre más profunda.
El Sol, cansado de nuestro ritual, decidió abrasar las nubes y pintar de rojo el mar. En aquel atardecer rompiste la regla no escrita. Susurraste algo que no entendí, hipnotizado por unos ojos que me sonreían.
Sin embargo, tu tiempo acabó pronto. Aquel sol bermellón y yo te despedimos juntos, viendo como los restos de tu envoltorio se disolvían entre olas carmesí. Nunca te fuiste, ¿verdad?.
Ahora estoy aquí, flotando en mi bañera y esperando a que la vida se me escape por las muñecas. Cuando me encuentren, quitarán el tapón del desagüe. Mi sangre diluida recorrerá las cañerías de esta maldita ciudad para llegar ante el testigo de nuestro primer beso, aquel mar rojo en el que sé que me esperas.