57. La ruleta es una guerra, ¿o era al revés? (Adrián Pérez)
No tenía un color favorito, así que se pasó la noche moviendo los montones de fichas –unas veces discretos, otras, generosos– de un color a otro. Primero el rojo, luego el negro, más tarde, tres rondas seguidas al rojo, a continuación, siete vueltas al negro. Lo hacía únicamente dejándose llevar por su suerte, que le había acompañado durante toda la velada. Hasta que en la última tirada, justo antes de que el crupier cantara aquello de “no va más”, cogió el monto de fichas –ahora de gran valor– y las colocó en un único color. Cuando la bola empezó a girar todavía no sabía lo que significaría para él, para su familia, para su vida, que en aquella última, azarosa y definitiva jugada lo apostara todo al rojo.