74. PEDIR UN DESEO
Apareció en el aeropuerto como una visión, enfundada en un vestido rojo. Me deslumbró y, como un autómata, caminé hacia ella. Al ver sus ojos verdes, intensos, increíbles, supe que había encontrado la mujer de mis sueños.
No podía perderla, pero mi vuelo que partía ya y mi condenada timidez no colaboraban para nada.
Entonces recordé que tenía derecho a pedir un deseo. Cuando me lo concedieron no me lo creí; enfrentado a esos ojos la fe me iluminó y pedí fervientemente pasar mi vida junto a ella.
Después del pedido vino la duda: ¿Cuándo se iba a cumplir mi deseo?
Suspiré y, arrastrando los piés, embarqué.
Una vez en mi asiento me puse a fantasear con la chica del aeropuerto.
Alguien se sentó a mi lado. Cuando me volví y me encontré con su sonrisa… aluciné, a pesar de que en el fondo la esperaba.
Horas más tarde, mientras me colocaba mi chaleco después de ayudarla, observé con admiración qué bien le iba el amarillo sobre el rojo del vestido.
A nuestro alrededor, luces y personas habían enloquecido. Y de pronto fui consciente de mi torpeza. Debí ser más previsor y pedir una larga vida junto a ella.
Hola, Jorge. Me gusta tu historia y como nos la trasladas: de forma apacible, como si fuera un cuento susurrado. Tal vez no sea de los cuentos de final feliz, pero ¿quién sabe? A lo mejor el destino les da otra oportunidad. O si no, puede que en el más allá el recuerdo de esos últimos instantes consiga aminorar su sufrimiento. Enhorabuena y suerte.
Hola, Jesús.
Me alegra que el relato te gustara, a mi no me convencía demasiado y estuve a punto de no enviarlo, pero después me dije: Mándalo igual, total aquí nadie te conoce. Ja, ja.
En el cuento no puede descartarse una final feliz. Si nó: ¿Para qué les hacen poner los salvavidas?
Gracias por tus buenos deseos. Es un gustazo volver saludarte.