112. Ella sabía lo que hacía
Lo vi en mi padre cuando yo acababa de cumplir los diecinueve, y fue como un colmillo de jabalí que te rasga por dentro de tal manera que ya jamás olvidas.
Poco antes, me había explicado la maldición que corría por las venas de los varones de nuestra estirpe. Él lo había visto en mi abuelo que también se lo había predicho.
Entre los treinta y los cuarenta años todos vamos cayendo en una extrema desazón que nada consigue aplacar y desemboca en un irse de este mundo voluntariamente.
Decidí no tener hijos a los que transmitir mi sino, pero mi mujer insistía en que había la posibilidad de que tuviéramos una niña. Y ante su insistencia, consiguió que claudicara, ya con cierta edad.
Nació niño cuando hacía un tiempo que yo andaba entre oscuridades laberínticas.
Pero algo me reconcilió con el devenir de la criatura. Tenía en el cuello una mancha roja con la forma de Sudamérica. La misma que Juan, mi mejor amigo y el más feliz de los hombres conocidos.
Estoy dándole un último vistazo antes de dirigirme al balcón con esa extraña tranquilidad que me ha regalado.
Tremenda la maldición que afecta a los varones de esa familia. Enorme la comprensión del marido que se sabe condenado, pero se alegra de apadrinar a un hijo que, aunque no sea de su sangre en sentido estricto, sí pertenece a su estirpe y con él se romperá el maleficio.
Nos contaron lo de Eva y la serpiente, pero que en realidad la mayoría de las mujeres tienen una intuición y sabidurías innatas para tomar la decisión correcta nadie debería dudarlo. «Ella sabía lo que hacía», desde luego, tú también con este buen relato.
Un abrazo, Javier. Suerte
Gracias Àngel, por tu apreciación. Ella desde luego sabía más que yo, no podía jugársela. Lo primero siempre proteger al hijo.
Muchos abrazos.