55. El vacío que dejas
La gran alfombra verde que compraste para el salón siguiendo las enseñanzas del feng shui sigue en el mismo sitio. Siempre decías que el verde era el color de la armonía, que equilibraría mis energías negativas y mitigaría mi aversión al género humano. Recuerdo tus pies en la alfombra, tus dedos largos de top model rural semi hundidos como raíces humanas. Cuando veías Modern Family en el sofá los ponías sobre mis rodillas, y yo jugaba a cambiarlos de ropa como a dos muñecas gemelas. Los vestía con calcetines de lana, ejecutivos e incluso, a pesar de tus protestas, tobilleros. Siempre deploré el esmalte de uñas, me parecía un sacrilegio, como pintar las flores. Eran pies de geisha occidental, blancos, de finas venitas azules y tacto de seda. Muchas veces prometí cuidarlos y respetarlos más allá de durezas, juanetes y deformidades. El silencio de la casa pregunta por ti, por tus versiones libres de Kiko Veneno y tus estilismos inverosímiles de babuchas moras, bata de guatiné y tinte en el pelo.
Hace meses que te fuiste con tus baúles de zapatos cual esposa de dictador. Aún creo ver tus huellas en la alfombra verde, vestigios mudos de que estuviste aquí.