MAY21. MATÍAS, de Joaquín Valls Arnau
Un compañero trajo un día un hámster a la escuela. Era tan simpático y travieso que enseguida lo adoptamos como mascota de la clase. Decidimos llamarle Matías, por ser el santo del día. Campaba a sus anchas por el aula, mientras los profesores hacían la vista gorda, y pasaba las noches en una caja de zapatos en la que depositábamos a diario, por riguroso turno, comida fresca.
Durante las vacaciones de navidad, varios de nosotros fuimos de excursión al Pirineo en tienda de campaña. Por supuesto, Matías nos acompañó. Al despertarnos el segundo día le llamamos, pero no acudió. A alguien se le ocurrió mirar dentro de su saco de dormir. Allí apareció, inerme, el diminuto cuerpo de Matías, que seguramente se había refugiado en él para combatir el frío de la noche.
Fuimos a darle sepultura junto a una cascada próxima. Al pie clavamos una crucecita que hicimos con una rama de pino, donde grabamos su nombre con la punta de una navaja. Flores no dejamos, pues no hallamos ninguna por los alrededores. Y nos impusimos un castigo: hasta el día siguiente no probaríamos bocado, por no haber sabido preservar la vida de nuestro querido amigo.
Menuda alegría verte por aquí, Joaquim. Tu participación eleva aún más, si cabe, el nivel de este concurso.
Un saludo.
Gracias por tu bienvenida Miguelángel, espero no defraudar. Me guió hasta aquí Esperanza: qué buen relato, su «Cambio climático»… al igual que los otros que han resultado destacados. Nunca antes este género, que se consideraba una rareza, había tenido tantos canales de expresión. Estamos de enhorabuena.
Un abrazo,
Joaquín
Doy fe que la historia que aquí cuenta Joaquín es verídica. No recuerdo la penitencia, pero sí el sepelio de la pobre bestia y el enorme disgusto que todos tuvimos.