103. Me llamo Esperanza (Anna López Artiaga / Relatos de Arena)
Hace dos días que papá se fue.
De día no puedo salir por culpa del calor. Desde mi ventana solo veo una extensión infinita y blanca. El cielo también es blanco y duele mirarlo. La televisión dice que la culpa es del polvo que lo cubre todo. Cuando llega la noche salgo de casa y voy hasta el pozo. Cada día tengo que echar más cuerda. Tampoco se distingue ningún color, aunque haya luna.
Papá decía que el color del campo le ponía alegre y contaba que, a veces, caía agua del cielo. Se llamaba lluvia. Cuando cesaba, el sol era como una caricia y la gente comía fruta de los árboles. No sé muy bien qué es un árbol. Ahora solo tenemos esas galletas secas que venden en el supermercado. Dicen que las hacen con los huesos de los que van cayendo. Yo no lo creo. Pero de algún sitio tienen que salir. Ya no hay granjas y los únicos animales que quedan son los perros. Pero nadie come perros. Nosotros no, al menos.
Ya hace tres días que papá se fue. Lo último que me dijo fue que me quería. Y trenzó mi pelo con una cinta verde.
En ese futuro posible, que no parece tan lejos, se ha instalado en lo cotidiano las consecuencias de la mala cabeza de unas criaturas inteligentes, pero devastadoras. Pese a todo, esa niña, con su nombre y su cinta, simboliza que todo no está perdido del todo, es una semilla de optimismo en medio de la desolación. Nos describe un mundo terrible que su inocencia no reduce, que alcanza su máximo dramatismo con la marcha del padre.
Un relato que llama a la conciencia, al legado que dejaremos a los que vengan detrás.
Un abrazo y suerte, Anna