3. EL ALCE BLANCO
Mijail va dejando las huellas de sus pies descalzos sobre la nieve. Tiembla a causa del intenso frío, pero prosigue la búsqueda del alce blanco. Cuenta la leyenda que la contemplación de este animal fantástico es privilegio de los que van a morir, pero también que quien sea capaz de acercarse a él y domesticarlo, sobrevivirá.
La madre se acerca a la ventana para dar un respiro a su ansiedad. Gruesos copos de nieve revolotean tras los cristales y se acumulan blandamente en el suelo. Regresa a la cabecera de la cama y posa los labios sobre la frente del enfermo. Continúa ardiendo.
A lo lejos, vislumbra al alce blanco. Despacio, conteniendo la respiración para no asustarlo, se acerca. Su cornamenta es translúcida como el hielo y su pelaje más liviano que una caricia. El alce clava en él sus ojos brillantes como dos carbones encendidos. Parece retarle.
Mijail ha dejado de temblar y en su rostro apacible se dibuja una sonrisa. La madre posa la cabeza sobre su pecho buscando los latidos de su corazón. Entonces, ve unas hebras blancas que sobresalen de sus dedos, tan suaves como una caricia.
Qué bonito Paloma, y esas hebras finales…
Suerte.
Un relato con la magia de los cuentos clásicos y las leyendas, que conjuga muy bien la certeza inexorable de la muerte, con la vida y la esperanza.
un abrazo y suerte, Paloma
Morir como la más grande de las aventuras. No lo domesticó pero… lo intentó, como hacen los valientes.
Como dice Ángel, un cuento
Excelente cuento con una prosa poética, muy sensible. Me ha gustado, gran trabajo Paloma.