ABR.93. LA RESPUESTA EN LA LLUVIA, de Carolina García
La descubrí una tarde de verano. Ella reposaba sobre la hierba crujiente de un amplio jardín, opacándolo todo.
Las flores que la rodeaban, las fragancias de la tierra trepándose al aire y los murmullos embriagantes como canto de sirena, ya no tenían importancia. Tampoco eran suficientes.
Nada conseguía arrebatarle la congoja que cargaba en sus delicados hombros, en la cabeza gacha empapada de llanto sin lágrimas.
Me escondí tras unos arbustos cercanos y la contemplé durante un largo rato. Oí en sus lamentos que su hijo estaba muriendo; ella, desesperada, ya no encontraba razones para vivir.
Luego la vi intentar algo, aunque mostraba poco brillo y menos fuerzas. Miró al cielo angustiada y comenzó a rezar, quizás con la esperanza de que esa plegaria encuentre ayuda para su pequeño.
De repente, decenas de rayos agrietaron el firmamento plomizo, decantando el sollozo dulce que a éste, paradójicamente, le sobraba.
Hoy la veo aún más hermosa y angelical que aquella vez, sobre todo por esa sonrisa casi perfumada que muestra orgullosa.
¿Su hijo? Está a su lado, indefenso, sujetándose a la vida con sus frágiles raíces, mientras las tiernas manitos de hoja veneran al Sol.