ABR.78. NO SABÍA, de Miguel Pereira
Recuerdo aquella tarde. Salí al porche acompañado por mi padre para ver como el tejado servía de tobogán a las últimas gotas de agua. Y cuando miré al suelo, me lo encontré a los pies de un gran charco. Mis cinco años y mis veintitrés kilos de curiosidad insaciable se volvieron para preguntarle “¿Cómo llegó? Él, como acostumbraba a hacer, derramó un par de palabras. “Gota a gota”. Hizo una pausa y continuó. “Gota a gota, invadiéndolo todo, hasta hacer del suelo enraizado pequeños saltos de agua, arroyos improvisados que desembocan en riachuelos inmensos. Seguramente, uno de ellos lo trajo hasta aquí”. “¿Y por qué no lo arrastró hasta un río o hasta el mar?” le pregunté yo, que como buen cantabro, pese a mi corta experiencia ya sabía la vida y milagros del agua. En ese momento, se quedó pensativo mirando el humedecido trozo de papel, que todavía hacia gala de desteñidas letras de imprenta y, con una sonrisa en la boca, respondió que ese barquito chiquitito no sabía, no sabía…