108. El camino de vuelta
El reflejo de mi rostro me dolió más que lo que sucedió horas antes. Sin apenas poder abrir los ojos, hinchados, me acerqué al espejo. Al rozar mi vientre en el lavabo, sentí que me desgarraba por dentro. Los huesos de la cadera crujieron. Me mareé.
Veía borroso y solo por un ojo. Acerté a ver unas manchas azules en el pómulo, amarillentas en la zona de la sien. Tenía el labio partido. La sangre, ya seca, se confundía con la que había brotado de la nariz.
Sentí una fuerte arcada que me esforcé por contener. Instintivamente giré la cabeza. Contemplar mi imagen, irreconocible incluso para mí, me castigaba.
Entonces te oí. Oí tu llanto. No supe si te tocaba biberón de cereales, papilla salada o fruta. Quizás no fuera hambre…
Y tuve miedo. Por primera vez me descubrí temblando. Por lo que me hacía un hombre incapaz de amar y por no haber sido yo misma capaz de amarme lo suficiente para no dejar que ocurriera.
Fui en tu busca y te cogí en mi regazo. Noté tu calor en mi pecho. El dolor y el pánico desaparecieron. Tu llanto también.
Serena, marqué el 016. Nunca más.
Nunca más. Un beso.
Gracias, Maite. ¡Otro!