122. Un bicho raro
Era totalmente diferente a nosotros. Su forma de pensar chocaba de manera frontal con todas nuestras tradiciones. Se empeñó en acabar con el orden establecido. Cada vez tenía más seguidores y empezaba a convertirse en un verdadero problema. Yo fui el primero en darme cuenta. Por eso le denuncié. La despiadada maquinaria se puso en marcha y fue implacable. Salí totalmente abatido del juicio en el que se le condenó a muerte. No era eso lo que yo quería.
Como denunciante, la ley me obligaba a estar frente a él durante su ejecución. Llegó el día señalado y me quedé mirándole fijamente a los ojos intentando pedirle perdón. Le inclinaron la cabeza y el hacha del verdugo seccionó, de un certero tajo, su cuello. Atónito contemplé cómo brotaba a borbotones sangre… ¡amarilla! De pronto, al verla, todo sentimiento de culpa se esfumó.