125. ¿Sonreía?
Mi color preferido siempre fue el amarillo. Lo elegí antes que mi hermano, aunque mamá y él me acusaron de ser un copión. Estaban juntos a todas horas, intercambiaban sonrisas. A mí eso me daba igual. Se enfadaron cuando me compré una gorra amarilla. También el día en que traje a casa aquel canario. Papá me obligó a devolvérselo a Carlitos. Nadie entendió que intentara pintar las paredes del cuarto con mi color favorito. No estaban quedando bonitas, pero es que no me dejaron terminar. Me castigaron a no salir. Fue entonces cuando quise dejar claro que el amarillo era mío. Por eso empecé a dedicar largos ratos a contemplar el sol en la terraza.
Durante un tiempo, sentí a mamá más cerca que nunca, sobretodo en el hospital. Pero no llegué a saber si sonreía. Cuando me concentro, eso sí, aún puedo ver el amarillo. Sólo dentro de mi cabeza.