51. FIN
La balsa se mecía suavemente y mi cuerpo sobre ella acompañaba el ritmo de las olas. La bóveda celeste cubría incólume toda la Creación. Era casi como ser el primer hombre. O el último. Estaba solo y me sentía en paz mientras a mi alrededor se libraba una gran batalla entre el bien y el mal. ¿Era paz o era tristeza? No tenía forma de saberlo, pues todo parecía haber terminado, al menos para mí. Suaves pitidos me llegaban desde un horizonte lejano e inaccesible. Pitidos rojos en un mundo azul. Y todo fluía sin que nada cambiase. El eco distante de un golpe sonaba en mi memoria como el destello de luz que precede al salto de los plomos. Los sentidos se entremezclaban y todo seguía igual sin que jamás volviese a serlo. Yo, atrapado en un mar infinito bajo un cielo azul abrasador, no tenía escapatoria. Tanta tranquilidad y tanto silencio me angustiaban. Pero, entonces, lo oí. Oí cómo en la sala azul de un hospital al otro lado de mi piel alguien decía: “Hemos hecho lo que hemos podido”.