663. EL PIANO, de Acícula
El viejo piano ya había perdido algunas piezas de su brillante dentadura, olía a hierba mojada y estaba lleno de acículas secas. Aun así, seguía manteniendo la misma elegancia que el día que me lo regaló mi hermano mayor. Y sin embargo, estaba ahí, en mitad del bosque, rodeado de nogales y secos pinos hendidos, esperando que un alma perdida golpeara sus teclas en busca de consuelo.
Recuerdo el momento en que mi padre entró por la puerta del salón y advirtió aquel gran objeto. Su mirada se dirigió hacia mi hermano, después hacia mí y por último, sobre el piano. “Esto no se queda en casa” logró decir al final. Palabras que más pronto que tarde cumplió.
A veces doy largos paseos alrededor del majestuoso piano, vendido a un hombre de posición acomodada, que al comprobar su escaso valor lo abandonó en mitad del bosque. Yo me siento, y rozo y golpeo sus teclas e intento repetir lo gestos que haría un pianista de verdad, mientras espero que mi hermano regrese de la guerra, para que, como buen maestro, me pueda enseñar.