661. BARBACOA, de Cacadeconejo
Entre la hojarasca seca de los pinos centenarios, Rabito, el conejo blanco de cola de algodón, rebuscaba afanosamente algún piñón con qué alimentarse, aunque no había gran cosa que comer.
Hacía calor. En realidad estaba siendo un verano muy caluroso. Apenas había llovido durante la primavera y el ambiente era, en ocasiones irrespirable. Pero hoy era más insufrible que nunca. Rabito ya había visto caer algún pájaro desde los árboles en los últimos días, derrotados por tan altas temperaturas, pero si hubiera tenido la capacidad de sentir asombro, hoy lo hubiera experimentado en grado sumo. Cada poco podía escuchar el sordo golpe contra el suelo de algún pequeño cuerpecillo alado.
Aunque Rabito era conejo y por tanto incapaz de razonar, algo en su interior, le decía que todo aquello era muy extraño. Desde hacía horas no oía el canto de los pájaros, tampoco el zumbido de los insectos.
Sí. Algo inusual estaba ocurriendo allí donde los humanos solían venir a pasar el día, haciendo ruido. El aire se iba volviendo de color gris y le impedía respirar. Se sentía morir. Por eso, cuando la voraz y gigantesca lengua de fuego llegó hasta donde estaba Rabito, no sintió dolor alguno