623. QUÉ FUE DE…, de Brezo
Cada día la mujer atravesaba el bosque para ir al pueblo, donde trabajaba como dependienta. Vivía junto a un claro de la arboleda, en una vieja casa de madera que había heredado de su abuela. Recorría el camino sin inquietud: ya no había alimañas por los contornos y los temibles lobos de antaño estaban ahora en una reserva acotada, casi extinguidos.
A pesar de su madurez avanzaba con brío. Su rostro ajado se iluminaba con un brillo infantil al contemplar las florecillas del sendero; no se atrevía, sin embargo, a arrancarlas y trenzar con ellas un ramillete, como hubiera hecho en otro tiempo, pues acaso fueran una especie protegida.
Su marido, casi siempre desempleado, la acompañaba a veces. Era leñador pero apenas encontraba más ocupación que olivar las ramas secas y más bajas de los árboles.
Escrutó la vereda señalizada para los excursionistas que se proyectaba ante sí, y aceleró el paso. Suspiró hondo mientras se estiraba el raído abrigo de paño rojo, ya descolorido, que le quedaba estrecho. Hacía frío y se puso también la capucha; algunos rizos cenicientos pugnaron por escaparse del gorro. Un pensamiento fugaz la sorprendió: “Caramba, cómo ha cambiado el cuento”.