607. LA CABAÑA, de Cinco Ardillas
Teníamos una cabaña con una gran terraza de madera. Nunca quisimos cerrarla con vidrios ya que la sensación que nos daba el estar en ella, con sol o lluvia pudiendo alcanzar las ramas de los pinos con las manos, era magnífica: el bosque entraba en nuestra casa. Las tejas de barro nos protegían y entonaban melodías al contacto con los aguaceros. Era nuestro refugio, el aire puro lleno del aroma de mil plantas desconocidas embelesaban los sentidos.
Cuando bajaba la neblina cubriendo gradualmente cada árbol, cada casa, el paisaje se volvía casi intimidante, el frío de la niebla calaba la piel y me asaltaba una impresión de extrañeza. Desaparecía el espacio a mi alrededor. Numerosas veces intenté mantenerme largo tiempo en este vacío hasta el punto de sentir temblar todo el cuerpo y no era de frío, tampoco era miedo, sino algo parecido a estar tocando el misterio. Un misterio sin sustancia ni amenaza que poco a poco me invadía e inquietaba hasta volverse insoportable. Entonces vencida pero colmada de naturaleza entraba a la casa para prender el fuego de la pequeña chimenea y dejarme llevar por las llamas cálidas y crepitantes.