65. POR EL PILAR
El cielo pardea y el horizonte como un antiguo sudario parcheado con telas de tonos marrones y verdes se va escondiendo en la atardecida. A esta hora la sombra del mangrano ya no compite con la del olivo. En lo alto, a contraluz, destaca el perfil de la ermita. Abajo el río susurra la canción del tiempo.
-¿Quién eres tú?
-Soy tu hijo, madre.
-Tengo frío ¿nos vamos a casa?
Comienza el otoño y el bullicio de los forasteros ya va emigrando a las ciudades. El pueblo bosteza y el sueño surge como una bendición.
-Mañana regresamos a Madrid.
-¿Y papá?
-Papá murió.
-¿Hace mucho?
Entonces se escucha un único gemido ahogado por el peso de una vida, que se repite igual cada día en cada recuerdo. Y un dolor compartido les acompaña mientras los dos recorren la calle, bajando la cuesta con pasos medidos. Ella colgada de su brazo se sobresalta cuando las farolas se encienden y él experimenta cómo los aires del Moncayo –según decía el abuelo- hielan el alma.
Con el olvido los difuntos arrinconados en el Campo Santo languidecen en soledad. Contemplan cómo su historia se borra y presagian que no quedará nada en la nada.
Como los aires del Moncayo, las palabras de tu relato hielan el alma.
No sé, pero tu relato me ha erizado la piel, se acerca el dia de los difuntos y la bruma envuelve el olvido y el recuerdo..