591. EL GUARDIÁN, de Manada
Helio3 lucía en el firmamento cuando cogí la nave de exploración. Atravesé las Praderas Glaucas envuelto en vapores que levantaba el aparato. Al tiempo reconocí unas mariposas aldebaranas parecidas a pterodáctilos enanos con largas alas de mil colores. Intenté perseguirlas pero el motor se apagó y hube de planear sobre la llanura. Caí cerca de una manada de Yakos. Los alrededores estaban salpicados por grandes Rucarios, que más allá formaban las primeras espesuras del Bosque Azul. En la banda opuesta divisaba los montes copernicanos. Pasaron uno, dos, tres minutos… El silencio era completo en la nave, no podía apartar la vista del paisaje. Un Yako se acercó sin prisas, triscando el pasto azul con parsimonia. El animal se paró a escasa distancia. Alzó el cuello, me miró con sus ojos bovinos y penetró en mi mente. Los exobiólogos sospechaban su habilidad telepática, pero eso no alivió mi asombro. En mi cabeza estallaron sonidos: el agua resonante
de las montañas, la sinfonía compleja y armoniosa de las aves, el cántico de los cuadrúpedos… Una voz imperiosa decía: “Humanos, no repitáis vuestro error”. El motor rugió de repente y escapé colmado de desazón, sabiendo lo que sabía sobre mi viejo planeta natal.