574. LA MAGIA, de Duende 2
Cuando cansados de caminar, y la noche empezaba a presentarnos sus respetos, después de admirar el paisaje del lugar, regresábamos a la casita, era entonces cuando nos tumbábamos sobre la yerba donde ahora tocaba observar ese cielo limpio donde una luna le prestaba su claridad, donde podíamos mirar las miles de estrellas que lucían de una manera espectacular, y era entonces cuando descubríamos una belleza incomparable, donde el silencio y el murmullo del río eran los principales protagonistas aunque a veces, algún que otro búho se saltara las reglas.
La casita estaba situada en un entorno natural privilegiado, entre montañas y bosque, delante un pequeño río se podía observar desde las ventanas y hasta escuchar su canto, que a veces transmitía una melodía alegre, vivaracha, risueña, y otras, su canto se tornaba triste, apagado, como apesadumbrado por algo; ese río tenía alma y poseía el don de trasmitir sus emociones. Era un sitio ideal, parecía que estabas en otro mundo, allí todo podía suceder, la magia se podía palpar en el ambiente. Y nosotros estábamos dispuestos a no perdernos ni un segundo de ese encantamiento.