551. ARDILLAS ESCONDIDAS, de Sotobosque
Parecía como si el verde de la hierba estuviera recién pintado, un verde intenso, casi hipnótico. Siempre le cautivó el olor penetrante a tierra mojada, ese agradable legado que deja una lluvia fina, no hiriente, justa. Estaba feliz compartiendo esas sensaciones con su pequeño Luca, aunque el niño parecía más entusiasmado en averiguar dónde podrían haberse escondido las ardillas que acababan de cruzarse por su camino…
Se preguntaba por qué todo aquel que entra en el bosque tiende a limitar su visión en el sotobosque, perdiéndose, a su parecer, la magnificencia que ofrece sin reparos el simple gesto de levantar la mirada unos metros… El entrelazado de ramas, los tenues rayos del sol adentrándose en la frondosidad del bosque, la vida abriéndose camino sin conocer barreras. Todo parecía estar en su sitio, en perfecta armonía, sin estridencias…
Volvió la mirada hacia Luca. Era su primera visita al bosque y le faltaban ojos para ver todo lo que quería. Estaba orgulloso de observar cómo reaccionaba ante ese nuevo escenario. Y, de repente, las ardillas asomaron sus diminutas cabezas tras un ancho tronco de pino, y Luca las señaló entusiasmado con el dedo. Las había encontrado. Había descubierto el bosque.