520. JUGUETE ROTO, de Orilla 3
El pastor entró en el bosque, escogió una rama fuerte y ancha y empezó a darle forma con su navaja. Desde el regazo del muchacho, la ovejita, demasiado débil para caminar, observaba. A medida que caían las virutas, la rama adoptaba el perfil de un soldado, que sería tan marcial y aguerrido como obediente la madera a los deseos de su escultor. La ovejita lo miraba asombrada. Del zurrón del pastor fueron saliendo colores: rojo para la guerrera, el azul del pantalón, dorado en las charreteras y la espada, negro para las botas. La ovejita, embelesada, se enamoró del militar. Luego, el pastor empezó a excavar en las entrañas de su obra, hasta hacer un hueco donde cupiera el corazón. Un corazón que movió rítmicamente un engranaje de muelles y ruedecillas dentadas. El soldado danzó orgulloso ante la ovejita que, alucinada por tanta habilidad, lloró de emoción.
Saltó la última muesca de la rueda, el militar quedó paralizado en una peculiar reverencia. La ovejita esperó en vano la vuelta a la vida de su amor. Luego le empujó con el hocico y le volvió la espalda.
El soldadito ya no era más que un juguete roto.