506. HIJO DEL BOSQUE, de Légamo
El desconsolado llanto de un recién nacido en un bosque llegó a oídos de un viejo ovejero en la canícula del verano. El pastor adoptó al neonato encontrado en medio de la maleza como a su propio hijo que creció con las adornadas historias que le narraba sobre su nacimiento en el bosque.
Un día en la escuela el niño dijo que él era el hijo del bosque. Todos los niños se desternillaron de risa. Le decían que eso era imposible, que esa patraña se la había inventado ese lunático senil del pastor, y al unísono todos comenzaron a berrear llamándole “estiércol de campo”. Además, su pelo negruzco y su tez renegrida incitaba más a ello.
El niño salió corriendo con los ojos vidriosos hacia el bosque y en medio de la hojarasca rompió a llorar maldiciendo al viejo pastor.
Una suave brisa aquietó el viento de mistral tocando las húmedas mejillas del chico simulando el roce de las caricias. En la superficie de su epidermis sintió un tacto tan perfecto que el niño comprendió que ese viejo loco tenía razón. Presintió que el alma del bosque se compungía por él. Sintió que era hijo del bosque.