486. LA LLAVE, de Zarzal
He cerrado la puerta con llave para que mi padre no pueda salir. La puerta de casa de mi padre. Ayer, en un descuido, apareció en el bosque, apoyado en un pino, perdido. Un vecino nos avisó, podía haberse caído, fracturado la otra cadera… Al verme, me miró como un chiquillo que, aprendiendo a caminar, ha visto alterada su valentía ante un percance y se alivia al regresar a la seguridad de papá. Pero el papá es él, no yo, y él no aprenderá a valerse por sí mismo con la progresión natural de un bebé; al contrario: la decadencia será irremisiblemente progresiva, se sentirá indefenso en el pinar que tanto disfrutaba.
Se había hecho una pequeña herida en la mano, y temía que le regañara. De vuelta, no paró de tocarme la mano derecha, en el dorso, disculpándose con frases inconexas. Me mostré duro amonestándolo, para que no repitiera estas excursiones.
Cuando cerraba la puerta con llave he visto mi vieja cicatriz, casi imperceptible, donde señalaba mi padre, y he rememorado uno de mis primeros recuerdos infantiles: un niño jugando feliz, choca inadvertidamente con un zarzal, y se provoca unas aparatosas heridas. Ya no me acordaba de aquella cicatriz.