466. MI PARAISO, de La Cabaña
Cerré dando un portazo, quería que desde la planta de abajo mi madre no dudase de la inmensidad de mi enojo. Aún nervioso, sintiéndome acorralado entre las cuatro paredes del cuarto, opté por tumbarme sobre el blanco edredón nórdico, sin descalzarme a propósito, deseando que mi madre entrase y se enfadase conmigo por manchar el cobertor con los zapatos. Cerré los ojos y con la mente retrocedí a esta misma mañana, cuando tras desayunar con rapidez me escabullí hacia el bosque, mi paraíso, ese en el que por una vez me perdí y lejos de asustarme me sedujo de tal manera que los caminos de tierra cubiertos de ramas rotas y crujientes hojas, custodiados por robustos y altivos árboles, me incitaron a adentrarme cada vez más en la espesura. Al encontrarme, mi madre me abrazó y cubrió de besos mi rostro creyéndome asustado, aunque la asustada era ella. Yo me eché a llorar al verme alejado de mi edén particular. Me prohibió volver solo al bosque. Dijo que
era peligroso. Yo no entiendo qué puede haber de comprometido en la inmensidad del bosque, donde no existen el ruido ni los humos de los coches, donde todo es paz y tranquilidad…