26. Belleza escondida
Acostumbrado a pasar desapercibido, a hablar y no ser escuchado, incluso se preguntaba si los vocablos salían de sus labios a pesar de estar convencido que los pronunciaba, levantaba la voz ligeramente por si fuese que el tono fuera el adecuado para sus oídos, pero demasiado leve como para llegar a oídos de los demás.
En ocasiones ni se molestaba en hablar, observaba las conversaciones y como mucho intentaba introducir alguna palabra en esos instantes en los que se producía un silencio, pero ni así, “soy invisible…” terminaba por admitir, y desistía
Cristina le señaló con el índice y el ceño fruncido, “llevo rato observando que deseas decir algo, pero no terminas de arrancarte, ¿qué quieres decir?”, su primer gesto fue mirar hacia atrás para cerciorarse que era a él.
Por una vez todos callaron y quedaron atentos, intentó hablar, pero le fallaron las cuerdas vocales, lo único que consiguió fue mover los labios sin que llegase a salir sonido alguno, el grupo intentó retomar su conversación, pero Cristina, enérgica, los mandó callar, “silencio, Juan nos quiere decir algo”
Llegó a romper su silencio, su voz era tan bella y sus palabras tan sabias, que la enamoró
Hola, José Manuel.
Me ha venido a la cabeza la letra de una canción al leer tu relato: «Cuando el mar te tenga» de El último de la fila. Hay una estrofa que dice: «si lo que vas a decir no es más bello que el silencio no lo vayas a decir». Parece que ese Juan sí merecía romper el silencio.
Suerte. Un cálido saludo.