446. ECHAR RAICES, de Duendecilla
Caminaba por el casi inexistente sendero observando cómo las hojas muertas lo cubrían todo. En primavera el bosque rebosaba vida por todas sus ramas, pero el invierno daba paso a una estampa moribunda, marchita, justo como se sentía ella. Ya no le quedaba nada. Todos sus seres queridos ya no estaban. Mientras aún vivían se había aferrado a la vida pero ahora ya no le quedaban fuerzas para nada, sólo un miedo atroz a morir. El crujir de las hojas era lo único que se escuchaba y a cada paso que daba notaba como el bosque le echaba sobre los hombros el manto de la soledad. Sin darse cuenta su espíritu se fue entremezclando con el del bosque. De pronto se paró, se quedó muy quieta. Sus pies se hundieron en la tierra húmeda cual raíces y la humedad de la tierra comenzó a ascender por ellos. A medida que ascendía, su cuerpo se iba endureciendo y retorciendo formando nudos. Sus brazos se alzaron al cielo y de ellos brotaron ramas sin hojas. Ahora formaría parte de la esencia del bosque, de alguna forma se había marchado pero al mismo tiempo su esencia nunca moriría.