438. CORRIENDO POR EL BOSQUE, de Hoja Verde
María corría entre los árboles. Ya casi oscurecía y no podía dejar de buscarlo. ¿Cómo era posible que estuviera tan desorientada? ¡Con la de veces que había ido allí a verlo!
Pero, esta vez, los árboles parecían haberse desplazado. Como ese roble que no estaba aquí en medio antes, o aquellas cajigas, que tampoco. O quizá se había acercado al río de forma inconsciente.
Si no lo hallaba, no sabía cómo iba a volver. Era el único nexo entre su pasado y su presente. Y por si no fuera bastante difícil la situación, empezaba a llover.
De pronto, María cesó su carrera y miró fijamente a su derecha. Allí estaba; lo había encontrado: era un pequeño claro en el bosque, alrededor de un alto y frondoso acebo, que parecía desprender un aura de paz.
María se acercó igual que había hecho otras tantas veces, lentamente, con su mano extendida. Acarició el corazón tallado en el tronco, un corazón con una “M” y una “X”, y se sintió feliz una vez más.
Justo entonces, sonó el timbre del despertador. María abrió los ojos sonriente y alargó su brazo hacia el otro lado de la cama.