57. Autorretrato (Marian Ramos)
En las noches de insomnio Andrè Moury deseaba, por encima de todo, ser capaz de capturar con sus trazos la vida hasta el último matiz de belleza. Una mañana, de repente, los pinceles parecieron volar sobre el lienzo, plasmando unos lirios inmarcesibles, mientras los auténticos se marchitaban en la sofocante sala de pintura.
Eufórico, comenzó a trabajar en obras cada vez más complejas, hasta atreverse con un cuadro de su amante en medio de un Fouetté en Tournant. El giro perfecto parecía a punto de continuar. Los pómulos de la bailarina sonrosados, los músculos tensos, el brillo de minúsculas gotas de sudor sobre la piel tersa. Su musa, por contra, envejecía a cada nuevo trazo, aquejada al parecer de una rara dolencia: los dedos como sarmientos, el pelo canoso, los ojos apagados y bordeados de arrugas, las manos cubiertas de manchas.
El día del entierro, arropado en el dolor por amigos y admiradores, Andrè declaró su determinación de convertirse en el pintor de los invisibles y olvidados: prostitutas, ancianos, mendigos, dementes, desahuciados.
Finalmente, reconocido en todo el mundo por el gran realismo de sus pinturas de denuncia social, se sentó frente al espejo, dispuesto a trabajar en su última obra.
Impresiona este relato, Marian, por ese juego inicial entre la belleza efímera y la que el arte hace perdurar. Luego el giro de hacer arte de lo que no es bello. Profundo y logrado. Mucha suerte.
Muchas gracias por tu comentario, Alberto. Me alegro de que te guste 🙂
Hola, Marian.
Un relato muy interesante. Quizá he buscado una lectura que tú no pretendías. Te explico: da la sensación de que el pintor tuviera la cualidad de robarle la vida a sus bellos modelos, al tiempo que da vida a sus cuadros. Durante un tiempo se dedica a pintar cosas que ya han perdido su belleza para evitarlo y, en un momento dado, decide pintar su autorretrato para acelerar su propio ocaso.
Igual me he rayado un poco, pero esa lectura me parce original.
Un cálido saludo.
Hola, Barceló. Muchas gracias por tu comentario. Sí, en principio mi intención era una especie de retrato de Dorian Gray a la inversa. En vez de ser el cuadro quien envejece por el personaje, el pintor quita la vida de aquello que pintan. El pintor es un pelín psicópata y se dedica a pintar gente que nadie vaya a echar de menos, vendiéndolo encima como algo noble. Pero me temo que no he sabido conseguir del todo bien mi objetivo.
Un abrazo.
Marian,como bien es sabido, entre los pinceles y la belleza pueden darse todo tipo de relaciones; me gusta ese toque de malignidad de tu pintor, que desde el lado más oscuro de su arte, plasma imágenes hermosas.
Mucha suerte.
Gracias, Paloma! Confieso que me ha costado un parto escribirlo. Jajaja
El arte es un intento de atrapar para la eternidad aquello que creemos merece la pena. Por contra, los modelos, de forma inexorable, han de perder esa lozanía de la que siempre gozarán sus retratos. Por mucho que en un tiempo puedan haber parecido divinos, son seres vivos que, como todos, se ven sometidos a la condena del tiempo, ese juez implacable que primero degrada y luego todo lo disuelve en el olvido.
Por otro lado, la belleza no es solo una, puede presentar muchas manifestaciones, por eso, retratar a los desheredados también tiene su atractivo en tanto pone el foco en otra realidad que a tu protagonista le conduce al reconocimiento. Velázquez lo sabía bien: sus bufones y enanos llaman tanto o más la atención que la venus del espejo.
Por otra parte, en sus pinceles, ese artista singular de tu historia parece tener también el poder de hacer que el deterioro se acelere en sus modelos, de ahí que ese último autorretrato sea en realidad un suicidio, motivado por el remordimiento personal debido al mal causado, en especial a su amante.
Un relato muy bien construido, con varios canales de interpretación posibles que conviven de forma paralela.
Un abrazo y suerte, Marian
Muchas gracias por tus palabras, Ángel. Es admirable el tiempo y el cuidado que te tomas para hacer unos análisis tan profundos y atentos a los detalles. Un abrazo.
Me ha encantado, Marian. Ese autorretrato tiene toda la pinta de no llegarse a acabar por el poder de esos pinceles. Muy inquietante. Te felicito.
Besosss.
Muchas gracias, Nuria! 🙂