427. LA FIESTA, de Musgo 4
En un claro, en medio de aquel frondoso bosque al pie de las montañas, esa tarde era todo baile, risa y celebración. Los gnomos danzaban en círculos, dando saltitos a gran velocidad. Los duendes jugaban a las escondidas, riendo contínua y contagiosamente, mientras corrían a ocultarse por todos lados. Las hadas más jóvenes cantaban hermosas canciones agrupadas bajo un gran roble, en un coro celestial. Y las hadas madrinas estaban muy ocupadas sirviendo comida y bebida a los demás habitantes de aquel vergel.
Todo era cordialidad y festejo. Aquella comunidad no conocía el egoísmo o la envidia. Nadie tenía que sobresalir, pues absolutamente todo se compartía en forma ecuánime y cada uno cumplía una tarea indispensable para sí mismo y los demás.
De repente se escuchó un agudo silbido proveniente de las copas más altas de los árboles. En apenas unos instantes, todo fue prolijamente desbaratado y los festejantes desaparecieron en la espesura cercana. Ningún rastro indicaba que allí había tenido lugar una fiesta.
Un momento después, los dos caminantes aventureros aparecieron por uno de los bordes del claro. Se mostraban ansiosos y agotados. Contemplaron el lugar con sorpresa y satisfacción. Dejaron caer sus mochilas, decidiendo unánimemente acampar allí mismo.