419. POR UNA SONRISA, de Trasgo
Le devolvió la sonrisa. Jamás hubiera pensado que aquel bichejo asqueroso pudiera despertar en él un sentimiento tan profundo. Y volvió a sonreír, para comprobar que realmente su corazón no le estaba engañando. No lo hacía.
Dumdum abandonó la casa y se dirigió a lo más recóndito del bosque. Allí se encontraba su hogar, entre ramas de arbustos. El trasgo se echó a descansar sobre una enorme seta roja. Y volvió a pensar en ella. Su carita redonda, su pelo dorado, sus grandes ojos verdes, tan verdes como los suyos, y esos dientes, blancos como el nácar… La imagen le resultaba horrorosa, pero la sonrisa le siguió pareciendo sincera.
Hacía muchos años que día tras día, al atardecer, el pequeño duende regresaba a aquella casa para hacer de las suyas: ruiditos a medianoche, cambios del lugar de las cosas, insoportables goteos de grifos. Pero esta noche era distinta. Dumdum volvería cuando anocheciera sólo para ver dormir a aquel ser. Sus papás siempre le habían advertido de los humanos, pero pensó que quizá ella fuese distinta…