416. EL DESTINO, de Boletus
Lo que amortiguó la caída fue su abultado traje de plumas y la alfombra con que la estación había cubierto el suelo, así que solo se llevó un buen susto y algunas contusiones. Herido en su orgullo se alejó de allí a pasitos y se adentró en el bosque.
Durante todo el día no fue capaz de atrapar ni una mísera lombriz. Comenzó a sentirse débil y se dejó caer en la hierba, abandonándose a su suerte. Empezaba a oscurecer cuando de pronto una bolita cayó a su lado. Se acercó hasta ella, se la tragó y enseguida empezó a sentirse mejor. Encontró otra y otra más allá y animado siguió el reguero de miguitas hasta llegar a un claro donde escuchó unos ruidos. Sintió curiosidad, aquellas dos voces infantiles no le infundían ningún temor, pero ya había tenido suficientes emociones por hoy.
Aquella mañana, su madre le había expulsado a picotazos del nido acusándole de parásito e impostor; y todo por culpa de su hermano pequeño, que tembloroso le contó cómo había empujado a codazos a los otros huevos.
Agotado tras esta jornada, se acunó entre la hojarasca y no oyó acercarse a aquel monstruo de enormes ojos amarillos.