409. ENTRE ABETOS, de Liquen 2
Aquella mañana de verano desperté con ganas de pasear temprano, cuando el sol estaba en el horizonte y el parque desprendía aún el frescor de la madrugada.
Las calles quedaban atrás y el sendero discurría ahora por una ladera plagada de frondosos abetos jóvenes. Una suave brisa agitaba sus tonalidades de un verde profundo desprendiendo aquel aroma silvestre que evocaba otros parajes lejanos, frías cumbres y valles surcados por murmullos de agua cristalina.
Sin embargo, constituían un bosque realmente peculiar. Cuando los plantaron apenas superaban mi estatura y todos, sin excepción, compartían un mismo pasado. Y es que sus ramas estuvieron un día plagadas de adornos navideños que hicieron las delicias de tantos niños y niñas, cuyas ilusiones en forma de regalos aparecieron mágicamente junto a la precaria maceta que les servía de sustento.
Fueron los más fuertes. La mayor parte sucumbió rápidamente a un ambiente seco y sofocante. Pero estos siguen aquí, guardando su pequeño secreto, bajo un rocío de madrugada que humedece su piel, como ojos que se emocionan al recordar que una vez fueron trasladados cuidadosamente desde algún hogar, tras haber inspirado alegría y buenos deseos de paz a la que, por unos días, fue su familia.