105. Goliat.
A Miguel Ángel, ya anciano, le viene a visitar su David en sueños. La imponente estatua le pregunta:
—Padre, ¿por qué me hiciste horrible y desfigurado?
Miguel Ángel, sorprendido, replica:
—¿Por qué dices eso tú, que eres modelo universal de belleza? No pude haberte esculpido más bello.
—Mira mis manos— responde el David, alargándolas hacia el maestro—. Son enormes, desproporcionadas, espantosas. ¿Cómo pudiste hacerme así? Soy un monstruo.
Miguel Ángel niega con la cabeza.
—No tengo por qué darte explicaciones. Eres un ignorante y un desagradecido. Si hubieras estudiado a Platón y a San Agustín no hablarías de esa forma. Tú no sabes lo que es la belleza. Vete.
El David desaparece entre la bruma. Entonces Miguel Ángel cierra los ojos (¿es posible cerrar los ojos en un sueño?) y evoca una tarde de verano en la cantera, hace muchos años, cuando él apenas era un adolescente. Enfrente, un joven aprendiz barrena el mármol blanquísimo. El sol es fuerte, y el joven se ha quitado la camisa. Miguel Ángel observa los rizos empapados de sudor cayendo sobre los hombros, los músculos de los brazos que se tensan, las manos que sujetan la barrena con fuerza. Las manos, enormes, desproporcionadas, perfectas.
¿Cómo se consigue escribir de una forma tan limpia, sin que sobre ni falte una palabra, como tú has hecho? No hace falta que me respondas, es retórica. Solo es el resultado de la impresión. Enhorabuena.
Un relato que profundiza en el origen de la belleza más pura. Me ha encantado.
Enhorabuena y suerte, Eduardo.
Muchas gracias por vuestros comentarios, compañeros! Sois muy amables. Un abrazo!