405. AQUEL VERANO, de Tejado
Desde el atardecer hasta entrada la noche le gustaba correr por la ciudad con una breve incursión en el bosque. Cuando sus pasos se acercaban al portalón viejo y desvencijado un tropel de recuerdos acudía a recibirle y durante todo el trayecto repicaba en sus sienes.
Era un día seco como tantos de ese verano en los que se asaba la uralita de los tejados de las cabañas y los rayos de sol obligaban a cerrar fuertemente los párpados. Las puertas y ventanas se entornaban logrando un poco de sombra y frescor en la penumbra de las estancias.
De una botella rota, un trozo de cristal atrajo para sí toda la luz y se condensó en él, prendiendo la hojarasca y las llamas nacieron para arder con todo su fulgor y su dominio abrasador arrasando en poco tiempo pastos, rastrojos y parte del bosque. Toda la vecindad actúo rápidamente. Luchaban contra el fuego y en un momento de descuido envolvió a varios jóvenes. Aún peligrando su vida se adentró y salvó a uno de ellos. Después… solo recuerda gritos que ahora trata de olvidar. La vida sigue y hay que avanzar.
Era un día seco como tantos de ese verano en los que se asaba la uralita de los tejados de las cabañas y los rayos de sol obligaban a cerrar fuertemente los párpados. Las puertas y ventanas se entornaban logrando un poco de sombra y frescor en la penumbra de las estancias.
De una botella rota, un trozo de cristal atrajo para sí toda la luz y se condensó en él, prendiendo la hojarasca y las llamas nacieron para arder con todo su fulgor y su dominio abrasador arrasando en poco tiempo pastos, rastrojos y parte del bosque. Toda la vecindad actúo rápidamente. Luchaban contra el fuego y en un momento de descuido envolvió a varios jóvenes. Aún peligrando su vida se adentró y salvó a uno de ellos. Después… solo recuerda gritos que ahora trata de olvidar. La vida sigue y hay que avanzar.