400. NUNCA ES TARDE, de Cascada
Las primeras luces del alba empezaban a dibujarse en el cielo cuando Ángel e Isabel aparcaron su coche al final del camino. Caminaron por el sendero que se adentraba en el bosque. Las gotas de rocío iban mojándoles la ropa, el pelo, las manos, la cara. Se acordaban del lugar, habían pasado cuarenta años, pero ninguno de los dos se había olvidado de aquello. Por fin, la encontraron. Junto a un riachuelo que ahora parecía seco, no como entonces, seguía el haya junto a la que se besaron y escribieron A x I, aún se distinguían las iniciales. Un beso prohibido antes de que sus vidas tomaran rumbos diversos. Cada uno con una historia destinada a fracasar. Un reencuentro casual hace cinco años que despertó los recuerdos y avivó las brasas. Se miraron a los ojos y, sin mediar palabra, se besaron de nuevo.