391. EL COMPROMISO, de Quiróptero en la Noche
Acurrucado en un pliegue de la falda de la montaña, a media altura entre las cumbres de la Sierra del Escudo y las verdes alisedas del valle que perfilan el curso del río, el pequeño robledal se alfombra lentamente con silenciosa nevada de hojas ocres y amarillas.
Desde la ventana, escuchando el cadencioso discurrir de un regato, contemplo la vistosa rueda de apareamiento entre libélulas que encubre, con su belleza, una agresiva violación a la hembra.
-Nada es tan idílico como parece, ni tan trágico como aparenta- Dijo Abilio durante la conversación que mantuvimos en el hospital donde yo ejercía de enfermero y él se enfrentaba a la muerte con la digna valentía de un viejo anarquista.
En aquel escenario de sondas y cables le prometí hacerme cargo de la única obligación que todavía lastraba, cuidar de su bosque. Por eso estoy aquí, como cada otoño, vigilando el discurrir del orden natural desde este alféizar de la abandonada bodega.
Fuera, grupos de mosquitos revolotean sobre la podredumbre de manzanas o castañas que fermentan bajo los árboles.
En el interior, colgando de las vigas, dormita la familia protegida de murciélagos y, enmarcado en la pared, el retrato de Abilio continúa sonriendo.