385. LOS BOSQUES OLVIDADOS, de Perenne
Desde que la enfermedad se manifestó en su organismo la vida se había convertido en una obtusa rutina. El alzheimer había infectado tan rápidamente su mente que a veces no distinguía una oliva de una castaña. Como cada noche, se sentaba sobre un lateral de su cama para contemplar el hermoso bosque que veía desde su habitación. Y, como cada noche, retornaban a su cauta memoria historias de su niñez, como cuando su hermano mayor le explicaba que había leído en un libro que todos los árboles tenían un nombre científico y que a las encinas se les llamaba Quercus ilex.
La luz de la madrugada que rebasaba la puerta del anciano despertó a su hijo y entrando en su cuarto lo descubrió sentado sobre su cama, inmóvil, mirando el único cuadro que colgaba de la soledad de la pared.
– ¿Papá, qué estás haciendo?
– Estoy mirando por la ventana.
El hijo observaba los cansados ojos de su padre sin poder adivinar qué existía más allá de aquellas vidriosas pupilas. Acariciándole el pelo, le dijo:
– Es un bosque muy bonito… ¿Damos un paseo?
La luz de la madrugada que rebasaba la puerta del anciano despertó a su hijo y entrando en su cuarto lo descubrió sentado sobre su cama, inmóvil, mirando el único cuadro que colgaba de la soledad de la pared.
– ¿Papá, qué estás haciendo?
– Estoy mirando por la ventana.
El hijo observaba los cansados ojos de su padre sin poder adivinar qué existía más allá de aquellas vidriosas pupilas. Acariciándole el pelo, le dijo:
– Es un bosque muy bonito… ¿Damos un paseo?