323. PEDRÓN, de Zorro Astuto
El límite del bosque era para Pedrón la frontera de la felicidad.
Allí acababan sus penas y empezaban sus alegrías, lejos de sus paisanos.
Miles de veces había encontrado allí mejores amigos…
Como el petirrojo que en invierno se posaba en su mano para comer,
el corzo que en primavera le dejaba acariciar sus crías, el pájaro carpintero que seguía golpeando en los troncos secos a pesar de su cercanía, el milano que danzaba majestuoso sobre su cabeza sin importarle su proximidad, las hormigas que desfilaban militarmente a sus pies, el jabalí que le escrutaba antes de emprender la marcha o las orquídeas que en mayo parecían florecer sólo para él…
Pedrón era un samaritano para árboles y arbustos a los que ayudaba a encontrar el sol en la fronda del bosque, para el agua represada entre hojas y barro que huía hacia el valle, para el pajarillo caído del nido, para las bayas que brotaban sin tierra a la que agarrarse…
Jamás recibió un reproche en el bosque que para él, en el fondo, era un útero materno.
Pedrón era un niño grande, para la gente sin alma y de lengua fácil “el tonto del pueblo”