308. ATARDECER, de Árbol
Atardece en el bosque. Trabajo hasta media tarde, llego a ver el último arañazo con que la luz moribunda intenta aferrarse al horizonte arbóreo, previa caída al viejo abismo de las sombras de esperanzas magras.
Volverá. No crean en padres celosos, diarios amarillos teñidos de sangre, vecinas chismosas, niñas lindas vestidas de envidia.
El crepúsculo en cada alerce será espléndido nuevamente, magnificado por el haloque ella impregna a las cosas. Cuando ella regrese cargando dulce rubor de novia fresca, sonreirá la madera sutilmente, inhibiendo lo malo sin vivirlo.
Ella dijo “el martes”. No vino al bosque a perfumarlo y jamás fallaba. Esperé al martes siguiente. No vino ese martes, ni el miércoles.
Pasé por su casa el sábado. No llamé. El lunes llamé. El padre no me quería: se justifica, nunca fui muy trabajador, me han gustado la música, la noche, las mujeres.
Pero cambié. Por ella. El padre me odia. De celoso, nomás. Por eso me dijo las mentiras más viles: que la asaltaron, que… Entendí: la prefería muerta antes que conmigo. Respondí que la hallaría…
Volverá. Nunca crean en padres celosos, diarios amarillos que se tiñen de sangre, vecinas chismosas, niñas lindas vestidas de envidia.