307. EL HACHERO, de Árbol
Como siguiendo un rito purificador de sus culpas, desprendiéndose de un engarce de esmeraldas ensangrentadas de savia, el hachero limpió, engrasó y guardó su hacha.
Las aves lo miraban, callando su trino, acusándolo con su silencio. Pájaros sin nido lo señalaron con un rumor de alas.
Cual guardadas en ánforas invisibles y etéreas que lo condenaban al ostracismo, las hojas aún verdes pero moribundas, planearon largamente a su alrededor, para tocarlo, para preguntarle antes de dejarse morir.
El hachero pasó junto a mí, sus ojos buscaron los míos. Quizá buscaba comprensión, quizá complicidad. Le fue menester hablarme, disculparse, explicar.
– Treinta y tres pesos – dijo.- Eso es lo que gané hoy. Por eso no miro al árbol, porque pese a la tristeza que me da voltearlo, sé que en cada rama anida la comida de mis hijos.
Deshojado, el hachero dejó el bosque. Lo dejé irse en silencio, sin preguntas, no le dije nada. Pobre hombre. Pobre hombre. Amante del bosque, del árbol, y comer su pan con gusto a savia de su hermano. ¿Qué podría haberle dicho?
Pobre hombre, ya bastante lo derriban las aves, que en su callar le gritan en la tarde: “asesino, asesino, asesino”…
Hermosas metáforas, dura historia, pero con lenguaje poético. Te felicito.