106. Miniaturas
Al pelirrojo le hacía trencitas, el moreno quedaba relamido con la brillantina del tupé, pero su favorito era el calvo. Lo acunaba y le abrillantaba la cabeza hasta dejarlo reluciente. Gustaba sacarlos del armario por la tarde cuando su padre dormía la siesta. Los sentaba encima de su cama y se reía mucho cuando se soltaban a hablar; veía cómo se desgañitaban aunque ella era incapaz de entender de qué iba aquel griterío. La hija de Gulliver observaba divertida las venas hinchadas y los gestos de enfado de aquellos hombrecillos e ilusionada imaginaba que si los alimentaba bien y conseguían crecer podría hacer muchas cosas con ellos.
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Para un ser gigante, aunque sea una niña, los humanos solo serían mascotas, no muy diferentes de un hámster o un canario.
Tu relato ofrece una reflexión que podríamos denominar comparada, al poner de manifiesto que por el capricho de contemplar a un ser vivo al que se le retiene, se incurre tal vez en un maltrato insoportable
Un abrazo y suerte, Mei.