3. El taller de costura (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
Hace cien años, por los años veinte, los mozos de Trasmiera comentaban en el ambigú del Salón la Estrella de Orejo, la apretura de carnes de las chicas del pueblo. No sólo por aquellos talles de avispa, sino por la rigidez que al tacto notaban en sus espaldas en los lances del baile.
Siempre se le dio bien la aguja a mi bisabuela. Aquella pequeña y pizpireta mujer que desató a la familia de siglos en Cevico Navero para instalar en Valladolid un taller de costura. Poco a poco llegó a coger fama.
─¿Es aquí el taller de la “señá” Simona?, apelaba una nueva clienta.
─Diga usted mejor de Madame Simone, respondía mi bisabuela.
Cuando hacía las entregas llevaba siempre una perrita de cuyo nombre, “Propina”, se servía para salvar la dignidad.
Al taller llegó una aprendiza, Lola, y a sus amores, el hijo de la Simona, mi abuelo Dionisio, el que sería y fue maestro de Orejo.
Pues con Doña Lola y sus saberes costureros se montó en Orejo, en casa del maestro, un concurrido taller de fajas de ballena.
Todavía, yo, con cinco años de edad, hacía arcos y flechas con las varillas que quedaron de aquellos tiempos.
La recopilación de tus relatos compondría una crónica muy completa de un tiempo y un lugar. Un mosaico de vivencias que también podrían convertirse en una novela extensa, o en varias de ellas, o en una buena película o serie de época. Mientras llegan, seguiremos disfrutando de tus historias, fruto de una memoria a prueba de bomba y de tu buena pluma.
Un abrazo, Jesús
Muchas gracias Ángel. Tienes razón, esa es mi intención, así dejo patentes las huellas de mis gentes y mis paisajes sobre la tierra.
Un abrazo.
Una estampa costumbrista bien descrita. Siempre he pensado que coser, une. Lo sé de buena tinta.
Suerte y feliz noche.
Tienes razón. A mi me ha tiocado pasar muchas horas en mio infacia en talleres de costura y las costureras daban a la aguja y a la lengua al unísono sin menoscabar por ello las habilidades de ambos instrumentos.
Poco a poco van apareciendo todos los personajes de tu familia; hoy tu abuela Simona y tu abuelo Dionisio. También nos vamos enterando de esas sensaciones de apretura de carnes que tanto tus amigos como tú (aunque no todos; muchos como yo nos hemos quedado con las ganas de haber aprendido algo de aquellas tus primeras escaramuzas ) notabais en las salas de baile. No obstante algún día saldrán las épicas batallas en las que aplicaste los conocimiento de las fajas de ballenas y tendrás que hablar de aquella flecha que, sin querer o nó, se me clavó a traiciòn jugando a indios y a vaqueros.
Pues no me acuerdo de haberte herido. En todo caso la varillas de las ballenas eran romas, mas bien me inclino a que tus heridas fueran de varillas de paraguas.
Un abrazo, Miguel. Cuidate y no salgas a la calle que los indios están tirando flechas. Esto me recuerda a que los Yankis regalaban mantas que habían arropado a los muertos por viruela a los indios americanos. Luego dicen de nuestra leye nda negra.
Tal vez porque Cantabria está presente en tus relatos, puede ser, el caso es que siempre me gustan muchísimo las historias que nos cuentas. Y opino,como Ángel, que bien merecen un recopilatorio . No es la primera vez que te lo digo. Mientras tanto, te seguiré leyendo. Un abrazo desde Santander y mucha suerte.
Gracias, María Jesús.
Yo creo que tú tienes que liderar el grupo de tres ya que eres la más premiada.
Yo. 609020787
jerela49@gmail.com