285. UNO DE TERROR, de El Duende del Árbol
La placidez de caminar por el bosque hizo que casi arrollara al duende que la precedía, quien se había plantado en el sendero. Un segundo después la pestilencia acometió su nariz.
Obstruían el camino dos orcos tenebrosos. Su aspecto repelía; la miraban con ojos amarillos y colmillos de jabalí, en una cabeza cubierta de ásperos pelos negros. Cargaban con cerbatanas y colgaban de sus cinturas conejos y pájaros muertos.
El duende giró para regresar por el sendero; la joven humana también lo intentó, pero se enfrentaron a tres monstruos más.
–Me temo que la pasaremos mal –dijo el duende.
Uno de los orcos emitió palabras irreconocibles.
–Dime por favor qué está pasando –murmuró la joven con su garganta cerrada por el miedo.
–Quieren que la entregue. Me negué y les dije que usted es parte de nuestro reino.
Los gritos se encendieron y dos orcos desprendieron sus dardos, prestos a utilizarlos. La joven sintió que sus piernas aflojaban y cayó de rodillas con los ojos llenos de lágrimas. «No nos pueden matar ahora», pensó acongojada. Elevó su mirada al cielo, mas la espesura del bosque se cerraba sobre ellos. El hedor le revolvía el estómago: el olor de la muerte.