273. LA ENCINA, de Encina 2
Todas las tardes del verano del 66 que la memoria me deja atisbar, las sitúo debajo de la encina; a su sombra y al resguardo de su copa. Han transcurrido los años y todavía ahora son para mí los mejores momentos que he pasado nunca.
La lectura de libros nunca olvidados, el silencio, el paisaje impresionante, la soledad acompañada de la presencia imponente de la encina serán siempre instantes irrepetibles.
Crecía alta, grande y majestuosa; su viejo tronco presentaba innumerables signos del paso del tiempo, incluyendo cicatrices de un fuego asesino que tampoco pudo con ella. Es ancha, fuerte, rotunda; como escribió Machado:
“Siempre firme, siempre igual, impasible, casta y buena”.
Tanto tiempo llevaba en el lugar, que circulaban bellas historias sobre que tan venerable árbol había sido mudo testigo del paso de gallardos y arrogantes caballeros, hermosas doncellas, príncipes destronados y pícaros ladrones; que al pasar cerca quedaban embelesados con la sensación irrefrenable de paz y libertad que se respiraba en su regazo. Y… ¿Queréis saber lo mejor?… LA ENCINA todavía está allí.