270. TESORO, de Leño Viejo
Apartó bruscamente las hojas de un alcornoque, para encontrarse con el único sendero que le guiaría a su tesoro. Con gesto encrespado en ristre, arrastraba su pata de palo entre la hojarasca. La madera resbalaba por el rocío, que más que caer dormía en aquella zona del bosque, donde el Sol no recordaba cómo llegar. Él no estaba acostumbrado a transitar esos terrenos. Un capitán pirata, nunca debía alejarse de su barco lo suficiente como para perder de vista el palo mayor, pero la cita era inaplazable.
Por fin llegó al claro que andaba buscando. Hincó la pala en el suelo y comenzó a cavar. Tardó horas en hallarlo. El agujero era profundo, no podía permitir que nadie diera con el cofre. Lo ocultó tras su casaca para abrirlo, receloso de que alguien le vigilara. Sus temores se desvanecieron al comprobar que su corazón seguía allí, sano, vigoroso, latiente. Con una mueca de satisfacción, cerró el cofre y lo volvió a enterrar. Un pirata sanguinario no se podía permitir tener corazón, pero lo guardaría allí hasta que llegara el tiempo de amar.