260. FLORECER EN OCTUBRE, de Arroyo
Cuando lo recibió al fin, la avalancha de sensaciones se fundió con olores húmedos de tierra y raíces. Se habían perdido juntos por esos caminos plagados de árboles que se desnudaban ante ellos sin pudor alguno y dejaban caer sus ropajes dorados con atrevida impertinencia. Qué libres se sentían en esta tarde de otoño, descubriendo a cada instante formas voluptuosas atrapadas en las estrías de los troncos o en el algodón de las nubes, mientras se acariciaban mutuamente con la mirada. El murmullo del arroyo era la banda sonora perfecta. Hoy, hasta el tallo agrio de la acederilla sabía dulce… Con los sentidos abiertos de par en par, fueron dejando atrás los ojos vigilantes que habían impedido que sus pieles se tocaran. Pero ya no. Allí extraviados, cuando el sol decidió esconderse discreto tras un rubor de estratocúmulos rosadas, sus labios se encontraron. Había sido su primer beso, el más intenso, fresco y genuino que jamás sintiera.